Timo Berger







Periodista y traductor, nació en 1974 en Stuttgart. Publicó No soy gay, soy bi (Bs.As., Ediciones del Diego, 1999), Literatura Skin (Bs.As., Eloísa Cartonera, 2003), Sex and Sound (Bs.As., Eloísa Cartonera, 2004) y A cien cuadras del centro (Bahía Blanca, Ediciones Vox, 2006). Tradujo, entre otros, Cecilia Pavón, Sergio Raimondi, Fabián Casas y Washington Cucurto al alemán. Es editor de la antología www.latinlog.de.


Sexo Y Tiempo

Imaginate que fuera verano y que ninguno abandona
la cama. El hombre títere, por ejemplo, sobre mi
estantería de la cocina, ese que se aferra, por lo general,
al oso bebé o se esconde detrás de una caja de velas,
baila, baila, de repente, con la banda sonora
de Mauricio Kagel. Quien será ese Kagel?
La tormenta sobre un lago cercano da la vuelta,
un rayo perdido desvía todavía los mocasines,
más ningún capricho, ninguna granizada golpea
en el patio; sólo vecinos con unos dados diminutos
tomando caña al son de los gemidos. Pero este verano
debe, debería de una vez por todas terminarse, nos vamos
a volver todos madres y padres de hijos que con otro
tiempo hubieran permanecido sobre los estantes;
sus cabezas de pelusa escondidas detrás de una caja
que guarda las velas consumidas en noches de invierno.

para Martín Solares


A cien cuadras del centro

Heterotermos sobre baldosas
Sin ranura alguna y puestos uno
al lado del otro, edificios, garajes,
mercadería china, casas chorizo.
Delante de blandas fachadas, ausencia
de jardines; las terrazas, en cambio,
amplias en los techos, se amontonan
como piezas de un juego de tablero
entre patios y pozos de ventilación,
el temblar de los colectivos, el traqueteo
de la caja de cambios, cuando la ida
y vuelta de la fuerza de carga, esa
musiquita adoquinada, abre grietas
finas por arriba de la pileta, a la par
con los vecinos rugientes que arrastran
como heterotermos sus cuerpos
por baldosas, mientras en algún lugar
alguien se ducha y miembros y
vajillas se hunden en detergente.
Una vez por semana viene la fuerza de
la limpieza y una factura por debajo
de la puerta, un código de inquilino
con siete cifras; el reacomodado orden
de los viernes: sobre la repisa la foto
borrosa de la última pérdida, una rosa
fresada en una copa de cristal y un timbre
insistente un día que nadie baja con llaves.


El matadero

La muerte, esa última ronda azotada
en el rodeo de los compradores, espera,
acorralada y bajo el efecto de tranquilizantes
en la ruta de acceso, iluminado por la cruz del sur
sigue a su costilla de zahorí (el camino de la más
mínima resistencia) un novillo: máximo nivel
de hormonas, la rigidez del shock, colgado
en la noria y de repente en la toma exterior
algo como una lluvia no pronunciada.


Prohibido fumar

El sol,
una espada mal pagada
abre
las fortalezas
en las orillas de la urbe.
(las persianas no ayudan nada,
sólo dibujan rejas
extras en las paredes...)
Un habitante, cigarrillo entre los dedos
expulsado hacia la balaustrada,
donde no hay nadie,
para acostumbrar los tendones
de las casas (más familias)
a la humedad,
guiña (conspirativo)
a la luz –
podría ser también,
que su párpado salta
(una falla)
como un CD
de edición casera.

Ex-combatientes
Sobre el barbecho merodean
hordas de perros
autoconvocados y píos.
(Se están congregando
con cacerolas en las plazas
del centro)
Los coches se estacionan a la tarde
en un garaje o no; en todo caso
custodiados o fileteados
por un especialista:
esqueletos descalificados
en los que hombre y animal
ya pasaron juntos (combates
de retirada) noches
enteras.