Paula Ilabaca




(Santiago de Chile, 1979) Licenciada en Letras con mención en Lengua y Literaturas hispanoamericanas y Licenciada en Educación con mención en Profesora de Castellano de la PUC. Ha publicado en la antología “Círculo infinito” de Editorial Al margen, en las revistas Mercado negro, Matadero, Derrame y Rocinante. En el año 2003, publica su libro “Completa” en la editorial del Contrabando del bando en contra. En el año 2004 aparece en el disco “Oscilación” que une poesía y música electrónica. Ha participado en los talleres de Sergio Parra, Gonzalo Millán, Paz Molina, Raúl Zurita y Diamela Eltit. Perteneció al dúo performancístico “Antifaz”, desarrollado junto a Héctor Hernández Montecinos. Es coautora y actriz principal en diversos y pequeños registros en video que se congregan en “La Cinemateca” (1999-2001).



(De La perla suelta, inédito)

La suelta es así. Piensa que las imperfecciones y los disfraces la convierten en insólita. Amo este descuadre, decía cortándose la chasquilla una noche en el baño. Y se miraba una y otra vez al espejo. Luego, el recorte se hacía impreciso cuando se le iba el ojo hacia la cama naranja. Nadie en casa esta noche, decía la suelta, sólo yo y la crisis. Y entonces se empezó a reír. Y entonces comenzó el dolor de estómago y el prurito en el vientre fue instantáneo. Esa misma noche, se acercó a la ventana pensando: qué ocurrirá con mi eunuco, en qué traslado de secreciones estará. Sospechará de la tiña que me dejó en el vientre, masculla la suelta, con la garganta pelada de tanto decir, de tanto de decir en vano. Porque aunque no lo quiera, la palabra le pesa. Y qué hace ahora en la soledad de la palabra, en el malhablar de los días: la suelta espera y espera. Y cuando alguien aparece, ataca. Porque así es la suelta. Cuando algo se le mete en la entrepierna no para hasta que se lo saca y lo vuelva a poner. Como ella quiera o como ellos lo prefieran. Y nadie la para después. Una vez que la suelta pasa, ninguno la para.

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Ya verán cuando esto se me pase, dice la perla mientras se arregla en secreto, en un ritual repetido, malvado, interno. O en todas esas pajas que se pega a solas, porque lo sabe, porque ya lo descubrió. Mientras tanto, la suelta se acicala y se acicala. Y no pasa nada. Por aquí, por esta cama naranja, por esta casa revuelta, no pasa nada. Y para qué debería pasar, pronuncia o murmura la suelta en medio de su gesto repetido y constante de mirarse al espejo. Esto es así, recita en un enjambre de palabras mielosas que se le pegan al cuerpo, esto es así, lo dice cuando camina en pelotas, pensando en la perla y en los ojos del rey; inevitablemente arranca. Así es esto, así será. Le dice la suelta a la perla mientras ve cómo la otra se corre.

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Y de esa forma le dio la vida, como si fuera su propia vida. Las yeguas se colocaron en un rincón, corajudas, pendientes, atentas a las estrías de la perla mientras la eyaculaban. Emergió con baches. Fue parida en la misma cama naranja. al principio caminó por la casa con recelo. Se miró en el espejo de la suelta. Se vio los ojos, sus propios ojos. Tenían la misma tinción. La perla y la suelta. Pero la linda tenía una mirada, una osadía que ya se la quisieran todos, todas, los que se pasean por los antros, los que estuvieron tirando alguna vez, entre las vicisitudes de la cama naranja, los que jodieron, los que suspiraron. Se puso contenta al tiro y quiso comenzar de inmediato. Así fue como la vio partir la suelta. A su propia vida. A su propia alma. Pero más bella, más concreta, más patuda y caprichosa, voraz en su manía de conseguir lo que se le ponía entre ceja y ceja.

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Instalada en el umbral que la lleva hacia sí, instalada en las mareas que le suben la miel y el jugo, hasta terminar en cuatro y rechinando a la par de las yeguas, las que suben sus coros en vigilia, las que pesan y montan papeles, directrices, acciones. Esta perla sabe lo que quiere. Lo sabe y distrae a la suelta, que no ha dejado de lloriquear, plantada en una de las quemadas, en una de las esquinas de su quejumbre añosa, en vano, latera. Estoy harta de ti, le dice la perla, la que fue concebida en una de esas noches, en uno de esos vacíos hambrientos, melosos, en los que la suelta se iba jodiendo por la ciudad. Tuvo que ser penetrada la suelta. Tuvo que serlo. Se la tuvieron que meter para que en una de esas empalagosas tiradas, se constituyera la perla, se redondeara, se hiciera a sí misma, así no más, como las cosas que pasan a veces, como ese joyero que se la pudo con la suelta, el propio que le paró en seco el llanto, el que se internó en ella hasta que juntos en una relamida de gemidos y espasmos la engendraron, a ella, a quién más, a la perla.