Washington Cucurto*


El Fótbal

¡Qué disparate, señores! Boca Juniors va a tirar abajo dos manzanas de La Boca, entre las calles Brandsen hasta Palos, para agrandar su estadio. Una locura aprobada por decreto por el señor Macri. Ya está todo dicho y hecho, pues el club compró todas las viviendas de esas manzanas y va a arrasar con el barrio, si es necesario. El campeón del mundo parece estar más interesado en su propio crecimiento que en la vida de los vecinos de La Boca. ¡El fótbal nos representa tanto, señores! ¿Qué es un club de barrio actual? Si ustedes se fijan bien, verán asombrados que, por lo general, un club no tiene ninguna injerencia social en el barrio. Club y barrio siempre están separados. Vayan a cualquier barrio y pregunten por el club, y por lo general los vecinos no lo conocerán ni por asomo, no serán socios ni sabrán que el club debe tener una buena pileta, una linda cancha de basquet o handball y una casi completa biblioteca. Eso pasa con Boca en La Boca. Más allá, de mover gente los domingos, otra cosa no pasa. Sin ir más lejos, cualquier cooperativa pequeña tendrá mas influencia en el barrio que el club en cuestión. El mundo del fútbol es la tontería más peligrosa que se inventó. Un mundo donde se impone la ley del más fuerte, una tiranía “produce-dinero” que las democracias serviles disfrazan de eventos deportivos. Ustedes me van a decir que soy un exagerado, pero prueben nomás comprar una entrada, colas de negros amontonándose a la puerta de los estadios. Se van a ver obligados a empujar a otro o pegarle una piña o ligarse una, con tal de que no les birlen el lugar de la cola. La cola y los empujones: el lugar del hincha en el cosmos. ¡Negro de mierda! ¡Gallina hijo de puta! ¡Boliviano, paraguayo, peruano, chileno, ecuatoriano o yanqui muerto de hambre!, les van a decir. Depende el color de tu piel o de tu pelo. Es una tristeza infinita si llevan a un hijo, unos gordos horribles lo cacharán, lo tratarán mal, lo empujarán a él y a usted. Ingresar a un estadio es una garcha, es la cosa más fea que te pueda pasar. Es, por lo menos, una situación incómoda de amontonamiento y malos tratos. Y van a pagar por todo eso. Van a conocer la estupidez de un animal: el futbolero. El partido, aburridísimo. Su hijo sólo escuchará puteadas y referencias sexuales sin sentido. En el mejor de los casos cantitos estúpidos que no llegan a discriminar a nadie, aunque ese es su objetivo. Es que, francamente, señores, para tener alma discriminatoria hay que tener un gramo de ideología, dos centímetros de frente, algo que en el mundo del fútbol escasea violentamente. O, mejor dicho, está representada por la oscura ambición de tener un vagón de euros. Pero ya lo dijo Alberto Olmedo, “el dinero en sí mismo, no tiene ninguna ideología”. Entrar a un estadio es como entrar a una cárcel. Gordos patovicas del club pueden aporrearte cuando se les ocurra. Dejarte afuera aunque tengas entrada, o lo que es peor, dejarte adentro, por seguridad. Y aún así, hay imbéciles que llenan los estadios y son los mismos que después votan a seguros administradores o a dirigentes de su club como jefe de gobierno. ¿Y qué sucede? Nuestra realidad es testigo indiscreta, administran la salud estatal o las becas de los estudiantes de escuelas públicas como si fueran un curso de natación o el parquet de una canchita de papi fútbol. La ciencia política no es una cuestión de administradores de consorcios, bestias. Y lo peor del fútbol, discúlpeme señores, somos nosotros por haber llevado a nuestros hijos a una cancha de fútbol; por esperar una maravilla, o intentar reproducir un espectáculo con esos pelagatos que llamamos futbolistas, jóvenes brutos que se visten igual y desde los quince años en lo único que piensan es en debutar en Primera y levantarse a una vedette de esas que bailan por un sueño. Es que el fútbol, el fóbal, ¡nos representa señores! En él podemos mirarnos a la cara, demostrarle al mundo que a pesar de estar vestidos somos unos monstruos de primera; exhibe tus tics, muchacho; exterioriza tu imbecilidad, hazte hincha de un club.









*Washington Cucurto es el seudónimo de Santiago Vega, argentino, nacido en 1973 en la localidad de Quimes, provincia de Buenos Aires. En 1998 publicó Zelarayán (1er. Premio del segundo Concurso hispanoamericano Diario de Poesía), una colección de poemas cuya edición en el año 2001 fue retirada de las Bibliotecas Populares, acusada de pornográfica y racista por la Secretaría de Cultura de la Nación. En 2000 publicó La Máquina de hacer paraguayitos (Ediciones Siesta) y en 2003 Cosa de negros (Interzona). En 2003 recibió la Beca de la Fundación Antorchas para la publicación de Veinte pungas contra un pasajero, editado posteriormente por Vox. Actualmente es uno de los responsables de la editorial Eloisa Cartonera.