Julieta Valero



(Madrid, 1971) Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, donde también realizó los estudios de Doctorado en Literatura Española Moderna y Contemporánea. Ha publicado relatos, poemas y artículos en varias revistas literarias. Algunos de sus poemas han sido traducidos y publicados en Francia (La Porte des Poétes, 1999). Su libro Los heridos graves ha recibido el Premio de Poesía Joven de Radio 3 en 2005. Publicación: Altar de los días parados. Bartleby, 2003, Los heridos graves. DVD, 2005.




Es nocivo el deseo; vive en la anterioridad
y su experiencia es cesar. Es confusión de la memoria.
Antonio Gamoneda



Barcelona

Barcelona está bien en los cielos.
Allá arriba duerme lo negado,
lo que el reo de tus ojos
ya se encarga de desear.
Y parten sus aves en busca de ventura.
Sí. Barcelona y el mar deben seguir
percheando tu deseo.

Deja a Barcelona al noreste de la ansiedad.


Conocerla sería apagar sus incendios,
sufragar su miseria, violarte el espejismo;
un rumor de mercado enhebrando tus plumas.
Conocerla sería conocerla
para luego entender que la has perdido,
y que ya no sabrías perderte en su olor imaginario.

Barcelona triunfa colgada de tu afán.


Porque triunfa en los techos y no existe,
no deben caer las torres sagradas,
no debe ensuciarse el azar de su lodo,
que no pierdan esos labios sus mestizas vocales,
su besable extranjería.
Porque son como caderas, no se tocan.


Pues no tienes dios y del arte vas dudando,
protege la fe en las postales de tu frente.

Barcelona ignota. Barcelona a salvo.
Barcelona al noreste del deseo.





Altamirano 34



Una casa en ele
como era entonces mi vida,
una sola doblez,
la del cansancio de siglos cuando subíamos
de Rosales, adelantando
en las rodillas
todas las batallas —francas heridas
de genealogía inmediata, francos
dolores—. Por el pico y la desgana
nos lanzaban, dos a dos,
al baño. El más turbio guerrero gritaba la ignominia
con su último soprano
y dejábamos el agua hecha cieno
inofensivo. Ropa limpia, raya a un lado
y el pasillo violento en sus olores.


A las nueve la casa bullía
con timbre de mujeres
y la diáspora cesaba en torno
a la cena. Mis hermanos,
neptunos desbocados, emergían
de un patio remoto en su dureza
y hendiendo el aire de ritmos tridentinos nos llenaban
los platos de gestas en colores,
relato de feroces recreos en los que se elevaba, unánime,
la flor lacerante de las jerarquías.


Puro acontecer, tiempo sin cesura.
No era entonces necesario
tamizar la luz; un océano
apenas hubiera separado
el mundo de la boca.


Pero fue un instante
que estuvimos ilesos.


La inminencia de la noche daba
a todo gesto
un aire terminal.
Miedo de ir a tener miedo,
miedo a la tibia delación de unas sábanas
que confirmaran
la sospechada circularidad
de los días: la noche sucedería a la mañana
y el cuello de mi madre
quizá no estuviera
urgente,
como un desayuno.



Es terrible bucear por vez primera
sobre el filón convexo de la espalda.
Una cuenta, si se inicia,
pierde todo su sentido. Yo sé.
Iremos abundando
en la ciencia de las cuerdas;
el cabo de la infancia empieza a trazar
su arco imperceptible
—ira marina de las culebras—.


También se comban
los años inmediatos

y no lo hacen
para vernos pasar.




César Vallejo en Francia, 1929


Si no le ayudó a tragar el bocado
de ser uno y estar de pie.
Si su vida en cesuras
según canta exactamente esta foto era
enorme y desgraciada en sí,
y además era otra cosa —siempre
es otra cosa—,
si no le proporcionaba
pan caliente, sábana caliente, fe
caliente, mujer,
si ni el aliento le calentaba...

si el futuro de su amor en ocio,
de su talla en ocio
ha sido un mutilado homenaje
y tampoco eso importa,

¿a qué, entonces, el frío,
el aguacero, la letra, la instantánea?


Hay poetas, señores,
que no necesitaban,
repito,
que no necesitaban,
escribir.