Cristian De Nápoli



(Argentina, 1972) nació y vive en Buenos Aires. Ocasionalmente edita libros (por el sello Black & Vermelho), organiza un festival (Salida al Mar), traduce (sobre todo del portugués) y escribe notas de divulgación o crítica. Publicó los libros de poesía Límite bailable (1999), El ring (2005) y Los animales (2007), el último de los cuales en mayo de 2006 el Premio Ciudad de Medellín que es otorgado por el Festival Internacional de Poesía de esa ciudad.



Un Año En El Bosque
(el 2000)


Vine porque sabía que si iba a otro lado volvía
y acá me quedo, en un puerto sin correo.
Vine porque era el único modo de no volver
y no conozco ningún nuevo con las manos vacías.
En el desaire entre un naufragio y otro
hay dos tipos de imanes: yo elegí el que está en el polo.
Vine para correrme de las tablas
de cada día, donde nunca da la cuenta,
algo se pierde, una cosa que hace mucho
busco de vuelta.

Casas de hoy, y construidas para colmo.
Levantar un colmo y dejarlo al séptimo día.
Abrirle un fondo al campo, una partida,
entrar en años pero no en semanas,
después de todo el año no es medida,
algo se pierde, algo no cuaja en el cemento
de las semanas, algo no termina
y es ese cuarto el que te hace arquitecto.
Vine porque empezaban a gustarme las ruinas.
Vine a buscar el fondo libre, lo bisiesto.

Ahora estoy en un bosque y reconozco
mi estrella en la madera, hago de todo
y hablo de tanto en tanto, en las comidas.
Vine porque hace mucho tuve un sueño
que terminaba con que me dormía
sin haberme asombrado de las animaciones,
seguro de que viniendo me guiarían otra vez
y así es, acá estoy y ellas me guían
por este inmenso bosque que no puedo
llamar como quisiera, –volvería.



El Estudio


…porque has puesto mi esperanza por tu habitación


El Altísimo
estudio de él
junto a un árbol,
ése que en latín se llama populus
y en castellano álamo.
Ahí arriba,
prendido a la magia de su imprenta,
respirando el perfume de los palotes,
traza sus garabatos,
sus muecas
y cuando nos ve
y se acerca a la ventana
haciéndose el ciego que busca
a tientas
la rama
te cuento:
tenía la misma cara
cuando salió de tu vientre.

Como por una hoja
con un lado
que nunca cae del árbol,
como por un pueblo que nunca
duerme la siesta
a conciencia,
el sol pasa por su piel
y la dora.

En el patio
estallamos de risa.
Desde su palco
se manda la parte,
hace que sube al álamo
sin ver.
Se sube al álamo.
Se manda toda la parte.
Se va
por las ramas
y nos lo dice con la manito
haciéndose el ciego, la mueca
altísima
en su habitación.