Niko Velita Palacín*


Dos Artículos Sobre La Narrativa De La Violencia



I. Retablo: Una Guerra Heredada


Los sucesos en la novela Retablo, de Julián Pérez, se desarrollan en las comunidades de Ayacucho, flageladas por la guerra de los años 80. Para presentárnosla, el autor recurre a las voces de varios narradores, en primera persona. En ese tejido de visiones, logra construir la historia de la familia Medina, desde el abuelo Gregorio hasta Manuel Jesús, nieto de aquél. Este último, ya adulto, regresa a Ayacucho para buscar a su hermano Grimaldo, que murió en la guerra como integrante de las columnas subversivas que se enfrentaron contra las Fuerzas Armadas del Estado. Creo yo que el tema del retorno al pueblo natal refleja de alguna manera, con intención o no, lo que, en los últimos años, fue una actividad constante en el Perú. Muchos desplazados por la guerra regresaron a sus tierras de origen con el fin de buscar y reencontrarse con el pasado. Hurgar en él para construir el discurso de la verdad. Y así, quizá, sellar las heridas. Ahí tenemos, por ejemplo, a la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR), que institucionaliza el deseo de saber, con exactitud, acerca de la guerra. Por ello, Manuel Jesús es, para mí, un símbolo de esa actitud posguerra.

1. Las humillaciones también se heredan



La novela no cuenta sólo la historia de la época de los 80, sino que, también, enlaza, poco a poco, el tema de las luchas campesinas desde mucho antes; de cómo la guerra interna no es una consecuencia de la casualidad o la simple alucinación de cierto loco, como se dijo en algún momento, sino una continuación de conflictos anteriores a la guerra: desde la época de la Reforma Agraria de Velasco, que prometía la repartición de las tierras a los campesinos. La familia Amorín representa a los hacendados que, desde varias generaciones, humillaron al pueblo de Pumaranra, con apoyo de soldados y policías. En esa lucha, entre la hacienda y la comunidad, matan al dirigente Gregorio Medina, que no se amilana ante su eminente muerte y, en ese acto último de racionalidad y pasión, hereda a su hijo Néstor la lucha eterna entre los de arriba y los de abajo. “Si de nosotros dos se les va uno, jamás dejará que Pumaranra se arrodille delante del cachudo y maldicionado Fausto Amorín (el padre)” (41). Néstor, niño aún, escapa con vida para luego aparecer en escena, envuelto en una pelea frontal con las fuerzas del orden. Néstor y otros dirigentes de la comunidad son torturados para firmar un papel donde los comuneros cedían sus tierras al hacendado. El sistema judicial y la policía, instituciones al servicio de los hacendados, cumplen su función muy bien: despojar de sus tierras al pueblo de Pumaranra. “Los guardias civiles se encargaron de azotarlo con zurriago que sirve para amansar chúcaro, hasta dejarlo tirado en el suelo, desmayado y sin aliento, con surcos rojos y morados en la espalda” (198).

El tiempo y el apego a la familia surten efecto en la actitud de Néstor. Se convierte en un ser pasivo. Ha sufrido persecución y tortura. Le ha quedado el sinsabor de la derrota, porque las tierras les fueron arrebatadas aunque hayan luchado tenazmente. Néstor ya no es el luchador que defiende a su pueblo, sino “a la sazón padre dedicado a sus hijos, a sus quehaceres, a la tranquilidad forjada en razón de su obediencia a las lágrimas de su señora, mamita Escola, para que no vuelva a comprometerse con revuelta alguna”(257). Es el hijo mayor de Néstor quien toma la posta en la defensa de su comunidad, incluso le enrostra al padre su dejadez con respecto a la lucha social. Grimaldo se enrola en la subversión. “Recordarte una vez más aquella sentencia que te dejó mi abuelo, y porque tú no lo quisiste cumplir yo lo estoy haciendo” (275). En esta novela, las humillaciones y el abuso se heredan generación tras generación, pero también la actitud de lucha. La familia Medina representa al pueblo luchador. En la otra parte de la contradicción se presenta, sin embargo, “los auténticos delincuentes, ellos los honrados herederos del látigo y del despojo” (276). Éstos, los hacendados, son encarnados por la familia Amorín. Ellos representan “el orden”, los que luchan por el progreso y las buenas costumbres. Y usan la maquinaria del Estado para mantener dicho orden. La comunidad, a su vez, también hereda el espíritu de lucha. Defiende sus intereses con lo que tiene a la mano. Con piedra y honda frente a fusiles y balas. Sin embargo, casi siempre se pierde ante el poderío del enemigo. Gregorio es asesinado. Néstor, torturado. Grimaldo, ultimado a balazos. Aunque, al final, pareciera perfilarse el triunfo cuando al hacendado Fausto Amorín, ya minero, lo asesinan los subversivos. Esto nos hace pensar que también los de arriba pueden perder y ser ajusticiados. Al hombre que abusó de los campesinos por mucho tiempo le llega su hora, a pesar de la protección oficial. La secuencia de hechos nos permite pensar de esa manera, aunque los rebeldes ya casi se encuentran derrotados. Último acto de lucha. Efectivo manotazo de ahogado, que llega a morir matando.

2. Utopía generacional



A lo largo de la novela, se muestra el deseo de cambiar el orden social por uno nuevo: la justicia para la comunidad; pero un fantasma está presente en toda la historia: el fracaso y la derrota. Sólo al final logran ajusticiar al cachudo y maldicionado Fausto Amorín (el hijo), aunque sería iluso decir que ello fue un triunfo absoluto, porque la muerte de éste resulta, más bien, casi un sacrilegio al ocurrir en la iglesia. “No respetaron siquiera el ritual católico que a esas horas ya se había iniciado en el templo del Señor de Luren” (285). Este acto se convierte en un triunfo de los que por muchos años han masacrado y explotado a los campesinos. La muerte de Fausto se transforma en un símbolo de ese triunfo. Es la muerte del hacendado exitoso, de un hombre progresista, que construyó una carretera “para el pueblo”, pero que servía para explotar una mina, cuyas tierras fueron arrancadas (robadas) a la comunidad a sangre y fuego. Los alzados, en esa lucha desigual contra el Estado y su maquinaria de apoyo: la radio y el periódico, finalmente son derrotados, así como sus antecesores.

La búsqueda de un nuevo orden aparece en la novela con Antonio Fernández, un agente del velasquismo que se presenta a la comunidad como alfabetizador. En realidad, es un convencido de los postulados ‘socialistas’ (según la novela) de la Reforma, uno de esos pocos hombres que se internan en la comunidad para hacer la revolución desde ahí; sin embargo, en ese enfrentamiento con “los entendidos” (representantes del poder de los hacendados), sale perdiendo. Lo expulsan del pueblo de manera humillante. “Al principio no se dio cuenta para qué traían al burro hacia el local del cabildo, en donde estaba él encerrado”. Lo montan en el burro, “en seguida, encendieron los cohetecillos muy bien fijados a la cola del burro al que inmediatamente liberaron de sus ataduras” (18).

Después de muchos años, Antonio, más experimentado y lúcido, regresa al pueblo como un hombre interesado en la construcción y el uso de los andenes. Su aprendizaje se perfecciona tanto que termina haciendo los andenes mejor que los comuneros. Se gana el respeto de la gente y de los jóvenes. Se le considera un entendido en las cosas del pueblo. Se le consulta sobre las necesidades de la comunidad, pero algo anda mal para los hacendados y sus colaboradores. “Corren subidas cargando piedras inútiles, andan de noche oscura por atajos inaccesibles, nadan en el río a las cuatro de la madrugada, se llenan de espinas punzantes el cuerpo como si quisieran curtirlo para soportar tajos de navaja filuda, en noches de lluvia andan sin poncho ni nada que los cubra bien el cuerpo… todo eso me asusta…”. (122). Los momentos duros de la guerra se avecinaban. Los jóvenes campesinos se preparan para ella ante las miradas, llenos de temor, del otro bando. Antonio muere en combate, pero Grimaldo Medina toma el nombre en su honor y se hace llamar Antonio.

Las utopías se estrellan contra el poder de los hacendados en todo momento, ni siquiera el poder del Gobierno logra cambiar las cosas, como ya vimos con Antonio Fernández, quien representaba el poder estatal en la época de Velasco. En realidad, los hacendados utilizaron el discurso revolucionario para continuar con el verdadero poder. Acomodaron la Reforma a sus intereses. La comunidad continuó en la misma situación de pobreza y humillación. Fausto Amorío (el hijo), antes dueño de la hacienda, según el discurso oficial pasa a ser socio mayor de la misma, con la Reforma, pero, realmente, sigue siendo el dueño. “(…) ustedes también pues son dueños, les dijo despidiéndolos cariñosamente, viéndolos partir a los sudorosos y pobrísimos socios de la Sociedad Agraria de Interés Social Revolucionario Peruana de Pampamarca, antes concertados y colonos de la hacienda”. Otra utopía fracasada, incluso cuando el poder del Estado aparentemente apoyaba a los campesinos, a quienes se les hacía creer que ellos también eran dueños de la hacienda. La administración real permanecía en manos de los hacendados y no de los campesinos, “de los chutos que creen que mis propiedades también son sus propiedades” (217).

3. Mitificación de los seres queridos



Manuel Jesús Medina, luego de años de haber vivido en Lima, retorna a Ayacucho para buscar el cuerpo de su hermano Grimaldo, pero no lo encontró. Es una forma de querer enterrar el pasado y encaminarse por nuevos caminos. Abrir un nuevo capítulo. No sabe la verdadera historia de la muerte de su hermano. Interrogará a las personas que lo conocieron de cerca. “Volveré a Huamanga, luego de ubicar a alguien que tenga noticias viejas o frescas del itinerario del ausente que busco” (234). Se trata de encontrar al hermano, al confidente de antaño, de cuando eran casi adolescentes, de cuando ya se iniciaban en el descubrimiento del amor, donde Grimaldo era el más experimentado. Fue él quien le aconsejaba cómo iniciarse en ese laberinto que es el amor. Era con el hermano mayor con quien compartía los sinsabores y las alegrías de la vida en el camino de la existencia. “Cuántas veces caminé por este mismo lugar con Grimaldo, ¡ah! Grimaldo. Me es difícil pensar que él pertenece ya al pasado” (231). Sin embargo, el hecho de aceptar la muerte física es aceptar la derrota y la desaparición total del ser querido, pero, como todo humano le teme a la desaparición absoluta, el autor le da un carácter mítico e inmortal. “Otro le habría dicho (a mi madre) que aquí fue donde Grimaldo se habría salvado de la muerte tras haberse convertido en una de las rocas que sostienen el monolito” (233). La piedra es eterna. Permanece ahí, inamovible, accesible a los seres queridos para ser recordado. La muerte no quiere decir olvido; y si no es posible encontrar el cuerpo, se crea una forma mítica para rescatarlo de la muerte.

4. Actitud de la mujer



La actitud de la mujer, al igual que la del hombre, es diversa. Hay hombres que luchan y mujeres que no. Hay hombres que no luchan y mujeres que tampoco lo hacen. Escola es una mujer de este tipo, pero el choque de fuerzas y las contradicciones hacen que se fragüe en ella la mujer heroína, que se inmola sin acobardarse ni rendirse, sin temer a la muerte, pero en ese hecho repugnante de la guerra la convierte en un trofeo ante los ojos del enemigo.

En la novela, surge Clavelina como símbolo de la mujer bella y, sobre todo, luchadora. Ella “guardada siempre en su orgullo de sentirse la mocita más apreciada de Pumaranra” (157). Muchacha agraciada y apetecible que, en la pelea contra los invasores de las tierras de la comunidad, “era un emblema flameando, sin sustos, cabreando las balas, como si su cuerpo fuese de piedra… Clavelina hablando, diciendo estos nacidos de rabo ardiente vienen a pisotearnos cada vez que se les ocurre” (162). Una mujer así, con esas características de guerrera, es difícil de forjarse, pero las circunstancias lo hicieron. El hecho de sentir la injusticia, otra vez invadiendo la dicha de vivir en paz y tranquilidad, hace que ella encabece a la partida de mujeres que van a enfrentarse contra los hacendados y sus guardaespaldas: los policías. Su lucha, a diferencia de las otras mujeres que peleaban por sus hijos o esposos, es por la liberación de los dirigentes y la comunidad misma. No es la mujer que se envalentona por una cuestión personal, como cuando, en Fuente Ovejuna, Laurencia se rebela por su honor; en Retablo, Clavelina lo hace por una cuestión de clase. En esa pelea desigual, pero justa, pierde la vida. Mujer asesinada y ofendida por los mismos representantes del Estado. “Esos cachacos, nacidos del culo más ardiente, se han aprovechado de Clavelina, ofendieron su cuerpo, antes de matarla, desgraciados… aún viva la tomaron presa; algunos sobrevivientes que se fueron hacia el lado de Qawrawa la vieron defenderse como puma acorralada, pataleando, mordiendo, arañando, carajeando, gramputeando, tuvieron que meterle esos dos balazos en pleno corazón para detenerla y tocarle su cuerpo sin mancha” (172). La muerte es un aliado más de los hacendados para apagar toda posibilidad de reclamo. Ni siquiera Dios favorece a los campesinos. “No se le ha visto por ningún lado durante la pelea con los guardias civiles” (171).

5. Muerte y odio



La guerra trae muerte y destrucción. Dos bandos se enfrentan. No existe la neutralidad. O estás con uno o estás con el otro. No hay otra opción. Las circunstancias obligan a participar de ella. En la novela, esta guerra se muestra como una lucha entre pueblos, aparte de la cuestión ideológica de los subversivos. Como una continuación de rencillas generacionales entre dos comunidades. La comunidad de Pumaranra se inclina más hacia los subversivos; en cambio, Lucanamarca apoya a las fuerzas del Estado, no por convicción ideológica, sino por discrepancias (entre los pueblos) existentes anteriores a la guerra. Esta situación es aprovechada por los grupos en pugna para encontrar apoyo en las masas. El odio entre ambos sirve para mantener la guerra y llevarla hasta su máxima expresión en la degeneración humana: masacres en ambos lados con apoyo de la comunidad contraria. “Los hicieron llegar a la plaza de Lucanamarca, tras tundearlos por todo el camino a punta de bayoneta, y allí mismo, sin esperar que pasara el día les rociaron con gasolina y los quemaron vivos, sin sentir un poco de compasión ante sus gritos de horror, ante sus alaridos de animal sacrificado, hasta en pequeños montones negruzcos y humeantes” (270). El odio antiguo permite que se llegue a semejante salvajismo. Es un odio sin contemplaciones. “Los pumas, gente peliche y malacasta, quienes para plegarse a esos anticristos comunistas lo hicieron sólo por darle la contra a don Fausto Amorín que, como bien saben ustedes, es fraterno con nosotros. Tengan en cuenta que por su mediación fue que tuvimos presupuesto del Estado para nuestras escuelas y también para la llegada de nuestra carretera, en realidad solo por eso los pumas se han juntado a esos criminales anticristos…” (268). El hacendado, desde otros tiempos, para mantener su poderío, ha sabido avivar ese odio entre las comunidades. Cuando se presenta la guerra, ese mecanismo también sirve para reprimir a los alzados.

A los subversivos no les resultó tarea fácil lograr el apoyo de Pumaranra,. Fue un trabajo de compenetración con la comunidad por mucho tiempo. De ello se encargó Antonio Fernández, dicho anteriormente, pero, cuando ya se inicia la guerra, un grupo de comuneros decide pedir apoyo al Estado para el resguardo policial. Es un grupo que no simpatiza con los planteamientos de los subversivos. Son los opositores. A éstos, para continuar con la guerra y garantizar el triunfo, se les debe eliminar. “Al amanecer, la gente de entrañas temblorosas encontró tres cuerpos tirados en las calles de Pumaranra, en charcos de sangre, con la bocas suspendidas en un grito desgarrador… De esta manera, poco a poco, amedrentando a los opositores, agrupando a los asequibles, exponiendo adoctrinamiento y manejo de armas… fueron conformando multitud…” (257).

Bibliografía

PÉREZ, Julián: Retablo. Editorial San Marcos. Lima, 2008.







II. Rosa Cuchillo1: Una Visión Mítica De La Guerra


Óscar Colchado cuenta en esta novela la historia de tres personajes que se unen por las circunstancias de la guerra: 1) la historia de Rosa Cuchillo, madre de Liborio, se desarrolla en primera persona; 2) la de Liborio, senderista, en segunda persona; y 3) la de Mariano Ochante, rondero, también en primera persona. Estos tres personajes, de extracción campesina, mueren como consecuencia de los enfrentamientos entre las fuerzas del Estado y la subversión.

1. Novela dantesca



Para contarnos su historia, Colchado hace uso de su conocimiento acerca de las deidades andinas y sus lecturas sobre el mundo grecolatino. Así logra construir detalladamente a su personaje Rosa Cuchillo, quien —así inicia Colchado su novela— realiza un viaje al mundo de los muertos, como Dante, el personaje, en la Divina Comedia, con la diferencia de que Rosa lo hace de muerta. Ella también hace su viaje bajo la protección de su perro Wayra, “Un perrito negro, con manchas blancas alrededor de su vista, como anteojos…” (11). Este, como Virgilio, es el que guía a Rosa en el desconocido mundo de los muertos. Ella no (re)conoce ese mundo; en cambio, Wayra sí. Sabe de los peligros y de cómo evitarlos. “Bien abrazada a Warya, que braceaba dificultosamente, puede llegar por fin a la otra orilla…” (14). Es un conocedor del nuevo espacio en que se desenvuelve Rosa. Su función es explicarle todo lo concerniente a esa nueva situación. Cuando una de las almas en pena intenta acercársele, Wayra se pone al frente. “Sin duda, quiere apoderarse de ti para salvarse; pero no temas, lo disuadiré” (14). Debe defenderla ante los peligros para que llegue a la morada de las deidades, de la cual ella será parte.

Al igual que en la obra de Dante, los castigos a los pecadores se diversifica según su intensidad. Estos se encuentran en el Ukhu Pacha, comparable al infierno de la Divina. “No es igual para todos, mamita, se abre distinto para cada quien. Yo estuve en un lugar donde había que sentarse en piedras calientes. Después pasé a la casa de las tinieblas. Otro tiempo permanecí entre cuchillo y objetos cortantes. También estuve en la casa del hielo. Siempre vigilado por los demonios de las enfermedades” (66). También encontramos el Paraíso, siguiendo la comparación con la Divina, o sea, el Janaq Pacha, donde permanecen las almas purificadas, “allí donde están guiñando las estrellas” (12). Ahí se dirige Rosa Cuchillo.

2. Carácter mítico de la guerra



La guerra que se libra contra el Estado es un intento de cambiar la organización de la sociedad. La subversión entra en lucha por “buscar justicia para los pobres” (90). Sin embargo, Liborio —hijo de Rosa, la diosa en cuerpo de mortal, y de Pedro Orco, dios andino —, que se hace subversivo, cuestiona los planteamientos de Sendero Luminoso. El poder, según Liborio, debe permanecer en la gente de las comunidades y no en los de la de la ciudad. Rememora el pasado para ensalzar a los grupos prehispánicas y su descendencia. Él mismo es consciente de su ascendencia divina. “¡Padre jirka! ¡Taita! Hijo de Pedro Orcco soy pues” (169). Su madre, quien ha rechazado repetidas veces a los hombres, al ser asediada por el dios, que se presenta majestuoso, se entrega a él. “Al ver su barba rubia, su cabello largo hasta los hombros. Ya no dudé que quien me estaba ordenando era el taita Pedro Orcco, el dios de la montaña que daba protección a nuestro pueblo” (42). Su madre, Rosa Cuchillo, a su vez, no es una mortal cualquiera, sino es una diosa que ha bajado a la tierra y vivió junto a Wayra, en realidad el Dios del Viento, porque deseaba saber de las sensaciones humanas. La diosa Cavillaca –Rosa Cuchillo - en su forma humana procrea a Liborio. “Cuando habitábamos la mansión divina, tú, yo y otras deidades más, le pedimos al Gran Gápaj volver una temporada a vivir no como dioses, sino como simples mortales, que queríamos tener esa experiencia” (244). La actitud de reordenar el mundo toma un carácter divino, puesto que el personaje principal, Liborio, es una deidad. Tiene la suficiente autoridad para construir un mundo diferente frente al caos en que vivimos. Cuando le dan muerte en uno de los enfrentamientos, las deidades lo regresan. “Estoy volviendo a la tierra… me envía el Padre a ordenar el mundo… es necesario voltear el mundo al revés” (273). Nada en el mundo está bien, incluso la subversión no se ha planteado bien, por lo tanto, todo debe cambiar.

Liborio, aun en vida, ya cuestiona la ideología de los subversivos. No está de acuerdo con ellos. Coincide en algunas cuestiones, pero encuentra vacíos en sus postulados. Está convencido de que “la revolución tendría que ser propia, de los naturales” (257), sin el apoyo de los “senderistas mistis” (167), para ello es necesario encontrar un fundamento teórico que lo explique. En esa discusión constante entre él y los integrantes de la columna de Sendero Luminoso, a la cual pertenece, logra ganarse la confianza de algunos, incluso a uno de los mandos, la camarada Angicha, a quien se une sentimentalmente, aunque al inicio, “también el pensamiento de ella era de misti” (170). Ella “había encontrado la reseña de una crónica del amauta indio Guamán Poma… Él también, como Marx, hablaba de cinco edades que había pasado la humanidad…en las que cada cierto tiempo, que duraba quinientos o mil años, se producirá un pachacuti para borrar todo vestigio de corrupción, de degradación moral, de maldad, dando lugar a una nueva época, de hombres limpios, puros…” (257). Liborio se considera un pachacuti. Los dioses le dan la razón a Liborio: no están de acuerdo con la guerra que desarrollan los subversivos, por eso envían señales de desaprobación que va calando en la mente de algunos, con quienes él intentará hacer su propia revolución. “Antolino Páucar y Mallga estaban de acuerdo contigo en que los dioses estaban furiosos... Clarito vieron en un resplandor que duró unos instantes, alzarse sobre un nevado difuminándose hacia el cielo, el espantoso rostro del tamaño de una montaña, de un hombre terrible, siniestro, que alargó sus tentáculos hacia el techo bajo el que se refugiaban, dejándolo convertido en un montón de cenizas, humeante” (169).

3. Presencia de Sendero Luminoso



El grupo que declara la guerra al Estado es Sendero Luminoso, que capta en sus filas a Liborio. La definición del grupo armado se diversifica: terroristas, subversivos o guerrilleros, dependiendo de quienes la usan. Para una madre que ha visto partir a su hijo a la guerra será: “Terruco te has vuelto, hijo” (90). Para el hijo que se involucró con el grupo armado: “Terruco no, mamita, guerrillero” (90). Para el rondero: “desde que me balearon los senderos… los terrucos” (52). Para los sinchis, policía militar, “De terroristas nos acusaban a todos… ¡Habla terruco de mierda!” (182). Cualquier comunero es sospechoso de senderista para estos últimos.

En la novela se presenta algunos personajes reales de Sendero que han sido muy bien colocados dentro de la estructura de la obra para completar la construcción de los personajes principales y la historia narrada. Mezziche, uno de los mandos históricos de Sendero en su etapa inicial, aparece en la novela. Su presencia causa desconcierto en la comunidad. “Lo que más sorpresa nos causó a los comuneros fue que… un gringo llamado Mezziche, se volviera más campesino…. De este hombre decían que era doctor… En Lima tenía a su papá y hermanos que eran, como él, doctores… que una vez vinieron a Andahuaylas a llevárselo a Lima, mas él se opuso… Se casó con una muchacha pobre, campesina… estos hombres estarán locos decíamos nosotros” (71). Otro hecho, que se lee en Rosa Cuchillo, es la presencia de la senderista Edith Lagos, otro mando histórico de Sendero, y el increíble rescate, de la cárcel, que hiciera Sendero, también parte de lo real de la guerra interna. “El Partido determinó que se tomara a sangre y fuego la cárcel de Ayacucho para dar libertad a sus militantes… como era el caso de Angicha, Edith (Lagos)...” (90). Y cuando ella muere también se da un hecho no menos interesante, que consta en la historia de la guerra. “Feliz la camarada Edith que fue acompañada en su entierro por cerca de diez mil personas en Ayacucho” (174). Además encontramos, en el libro, la presencia de Abimael Guzmán, “Gordo, de lentes, de mediana estatura, luciendo barba abundante, apareció ante todos los delegados el Presidente Gonzalo” (246), dirigiendo un Congreso, donde también se convoca a Liborio, ya mando. Ahí se desilusiona aún más de cómo se encausa la guerra. Luego de esa reunión, él mismo dirigirá una columna para concretar sus planteamientos. En ese acto temerario pierde la vida.

4. Divide y reinarás



La presencia de los pueblos en la guerra no es uniforme. Hay comunidades que apoyan casi incondicionalmente al grupo armado o al Estado. La subversión, en su accionar, genera resentimientos en Ochante, quien no duda en apoyar a los sinchis contra las columnas subversivas, aunque después de ser herido no recibe el apoyo de sus nuevos amigos. “Si me ven los cachacos así como estoy con esta herida, son capaces de decirme que seguro soy terruco, que he ido a hacer acciones en la noche y allí me han herido… con esa acusación hasta me pueden hacer desaparecer” (54). A veces de propia iniciativa y, también, bajo amenaza de los representantes del Estado se van organizando los ronderos que se enfrentarán a los subversivos, que tiene en sus filas muchos comuneros. “Cerca de cien campesinos de las bases de apoyo de Víctor Fajardo acompañaban a los pelotones de alrededor de cuarenta combatientes” (196). La comunidad de Illaurocancha estaba siendo sitiada. “Vengaremos la muerte de nuestros compañeros caídos” (194). Luego de lograr el objetivo son interceptados por “los marinos al frente de doscientos ronderos” (203). Cuando ya casi huían derrotados estos, les llegan refuerzos. “Por los cerros aparecen los policías del puesto de Ocros con más civiles reclutados para enfrentarlos” (206). El resultado es una masacre entre campesinos que deben pelear con honda, cuchillo y hacha a falta de municiones.


i. COLCHADO, Óscar. Rosa Cuchillo. Editorial San Marcos. Lima. 2007.









* Niko Joaquín Velita Palacín nació en 1972 en Paucartambo, Pasco. Estudió Lengua y Literatura en La Cantuta. Actualmente se dedica a la docencia. Publicó en 2005 el poemario Casas roídas (Rentaría Editores).